Panorama Bar: el momento más luminoso y lisérgico de mis viajes al Templo

Crónica acelerada y sudorosa de mi mejor momento en Panorama Bar

O subo a esa esquina o me veré arrastrado por el torrente de éxtasis que viaja desde atrás directo a la cabina donde Âme lleva ya pinchando media hora. We are in Panorama Bar. La cabina, impertérrita, aguanta con sus cadenas metálicas la vibración de los cientos que ahí estamos, y se sobrepone al calor que humedece camisetas y labios y escotes y pitillos y cigarros y mandíbulas. Salto, como quien está a punto de perder el tren de su vida, encima del sofá acolchado negro y usado; tengo al lado una chica que no puede parar de sonreír. Y no me extraña, lo grave sería que fuese una frígida barcelonesa cerrando el Nitsa con cara de haber engordado 10 kilos en las últimas dos horas. Me incorporo en mi nuevo trono, respiro, me recoloco el cigarro en los labios y trato de sentir todo lo que está ocurriendo a las cuatro de la tarde de este domingo en el que vuelvo a pisar Berghain y Panorama Bar, en Berlín. Tengo la vista borrosa, entre el ácido y el sudor distingo sombras y manos alzadas y escucho gritos y sé que podría saltar hacia la gente en este preciso momento y me recibirían felices y listos para darme un paseo por toda la sala hasta empotrarme contra un altavoz. Arde Panorama y, en silencio, noto como la piel de gallina, mi piel, se monta su fiesta particular al ritmo del deep house que dicta el dúo alemán fundador de Innervisions.  Normalmente, Âme son dos músicos, pero esta vez podrían ser uno solo o tres; tengo serios problemas para identificar visualmente cosas que quedan lejos, tema secundario, ya que el sonido y el griterío es a lo que hay que atender. El resto de sentidos, incluso el tacto, tienen que dejar lo que están haciendo para capear la sobredosis orgiástica de la sesión y las voces silvestres que brotan de todas partes. Al rato, tras haber recuperado el tacto suavemente y habiéndolo puesto a prueba acariciando la espalda de mi compañera subida en el sofá, comienzo a procesar lo que me rodea. Dos factores de difícil conjunción han coincidido milagrosamente en esta nueva visita al Templo berlinés: el evento especial del sello Innervisions (al que acuden en tropel Deetron, Dixon, Henrik Schwarz y Âme, entre otros, y traen a Levon Vincent como invitado, por si fuese poco) y, simple y llanamente, el sol.

Como sabéis, si hay una cosa de la que Berlín no puede fardar es de contar con la presencia del astro rey, que en la ciudad germana de referencia parece más bien un loser que siempre se queda en las puertas del Templo. Menos hoy. La luz que esta tarde recorre la sala de Panorama Bar ni tan siquiera Barcelona podría competir con eso. Los rayos de luz, o clenchas de luz se confunden con el festival luminoso de Panorama Bar, y los movimientos y bailes de los que aquí estamos parecen más sucios y vivos que nunca. Desde mi sofá, luciendo, cómo no, una panorámica lisérgica y deliciosa, miro a través de las rejillas. A lo lejos, Berlín me responde con un guiño en forma de Happy Face.

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