¿Puedes defender los nacionalismos y defender la cultura de la música techno al mismo tiempo?

Recuerdo el momento exacto en el que me hice esta pregunta: serían las 3 o las 4 de la madrugada del 30 de septiembre, es decir, a pocas horas del inicio del llamado Referèndum del 1 de octubre que tendría lugar en Catalunya y del que no he hablado hasta ahora, ni pienso hacerlo aquí salvo para contextualizar la pregunta que encabeza este artículo y que está muy lejos de buscar un clickbait o cualquier reacción airada que tergiverse un mensaje muy claro y sencillo que, sin embargo, me estaba pasando desapercibida. 

La pregunta asaltó mi mente mientras bailaba escuchando a Matrixxman en The Loft Barcelona y su efecto físico fue como cuando, en una rave, intentas mover el subwoofer y te golpeas la entrepierna porque has calculado mal tus fuerzas y la coordinación motriz: el cielo está nublado y llueve, el suelo lleno de barro y la policía, cerca. 

La pregunta, repitamos, es si alguien puede afirmar legítimamente y sin entrar en una contradicción de principios que defiende tanto lo que podríamos llamar la cultura techno (sin miedo a "oficializarla") y que, al mismo tiempo, cree en el poder de las banderas, tengan los colores que tengan, el tamaño que sea y los cientos de años que se les atribuya junto a su mito fundacional. Pero no respondamos todavía, contextualicemos un poco más:

Entre el humo de las máquinas de la sala y las luces estroboscópicas, sabía que me encontraría algunos amigos, era literalmente imposible que se perdiesen el set de Matrixxman, al que vimos todos juntos dos veranos antes en Dekmantel (Ámsterdam) y cuyo set se convirtió en uno de los más comentados de los tres días de festival. Y, efectivamente, así fue. En cierto momento, zas, apareció ante mí, enfrente de la cabina, uno de ellos. Automáticamente, pregunté por otro de los colegas, con el que más coña hicimos acerca de lo fucker que era Matrixxman, de lo que molan sus temazos. El colega con el que hemos hablado en incontables ocasiones de Berghain y, e aquí el quiz de la cuestión, con el que, desde nuestros años en la Universidad, he perdido la cuenta de las múltiples referencias a Detroit Techno City, a Mike Banks y a lo mucho que nos inspiraba, entre coñas y convicción a partes iguales, la fundación y la pervivencia de Underground Resistance en medio de una ciudad hundida en la miseria, los problemas raciales, la adicción al crack y la lucha por la dignidad de los colectivos marginados en una ciudad que ya no contaba con ellos ni apuntaba a volver a hacerlo jamás.

—No ha venido —fue la respuesta del colega. En dos horas sale a luchar por El Procés (pongámosle mayúsculas, para enfatizar la autoridad con la que este es defendido y equipararla con otros términos como Reunificación, Patria o Llamada Divina, que recurren todos, con leves diferencias, a la sensación de comunidad inspirada por algo no tangible, cuya sensación de pertenencia y poder para otorgar sentido colectivo es directamente proporcional a la falta de control acerca de sus consecuencias tanto para los que se sienten parte como de los que no y los intereses que lo promueven —y de los que lo combaten— son tan dispares, a veces claras y otras opacas y difusas, así como diluidas quedan las necesidades individuales y colectivas que satisfacen dichos términos. La adhesión o rechazo a los mismos se diluyen entrecruzándose de tal modo que el resultado es una mezcla difícil de analizar incluso para un Shazam instalado en un dispositivo con una exquisita captación de audio).