'Había una fiesta': el debut de Marina L. Riudoms que, paradójicamente, te quita las ganas de fiesta (y por eso es un buen libro)
El primer libro de Marina L. Riudoms, que publica Caballo de Troya teniendo a Luna Miguel y Antonio J. Rodríguez como editores residentes, tiene muy mala hostia. La fiesta, que la hay, ya sabes que se va a torcer, pero no eres capaz de creer que la cosa puede acabar tan jodidamente mal. Igual, como lector, tienes ese lado estúpido del happy end, como si no supieses que en realidad Riudoms es como una Michael Haneke de la literatura —en cuanto a dark ends—.
Y no es que las 4 protagonistas tengan un mal día, es que el mundo parece una mierda a su alrededor, mundo machista y primario que no las deja disfrutar de sus vacaciones, porque van solas por el sur de Italia. Cualquier tío diría bah, no es para tanto, pero cualquier lector de Había una fiesta te dirá: believe me, esto es un infierno. Y claro, pues aguanta el percal, ahí las tienes, a las 4 jóvenes mirando artículos de VICE sobre si hay más violaciones en España o en Italia, ese tipo de cosas, haciendo coñas, aunque, como sabemos, no está el horno para bollos ni la literatura emergente para ser complaciente con la realidad.
Soy un gran defensor de las parties, me gusta salir de fiesta, liarme hasta las trancas y este tipo de cosas, pero es frecuente compartir experiencias bastante más negativas por el lado de las mujeres. Y esto, precisamente, es uno de los puntos que aborda el libro. ¿Cómo hubiese sido el viaje de Había una fiesta si en vez de cuatro chicas hubiesen sido cuatro chicos los que viajan a Italia a buscar farra y relax? Pues, posiblemente, bastante distinto o, por lo menos, más aburrido —porque los tíos son, en general, menos conversadores y ágiles cuando están solos en comparación con las mujeres, más dinámicas, sutiles, inteligentes, rápidas— pero mucho menos traumático.
El libro desprende un halo de desgracia que se te va pegando página a página, entre conversaciones de post teens sobre sexo, algunas que otras generalizaciones sobre cómo es tener 18 años en 2015, sobre los tíos, y sobre qué playa mola más en Instagram. Pero, de fondo, básicamente, vas entreviendo cómo es de frío y materialista el mundo que las rodea, las playas que conocen, la gente con la que interactúan. Las cuatro, unidas, logran apañarse hasta que lo que se denomina (brutal eufemismo) “incidente”, jode por completo el plan del viaje, al que luego se junta otro desastre muy horrible y que te hace cerrar el libro como cabreado con todo y lamentando que la movida te parezca más que posible, no solo un relato de ficción.
Marina L. Riudoms borda varias cosas en Había una fiesta. Retrata sin sentimentalismos el podrido mundo que según cómo te aguarda a la vuelta de la esquina, sabe forjar cuatro personajes femeninos que funcionan como grupo y de manera individual, entromete con gracia las referencias musicales en diversos puntos del libro —aunque muchas referencias las desconozco por desconexión con todo lo que no sea música electrónica— y sitúa a los maromos en su/nuestro pésimo lugar contemporáneo.
La autora sabe hacernos empatizar con las protagonistas, aunque no siempre compartamos, obviamente, lo que hacen, dicen o piensan, y al mismo tiempo recrea escenas con especial potencia cinematográfica —como un polvo, sí, un polvo muy sucio y morboso y muy poco pertinente para con las circunstancias—.
Había una fiesta contiene una prosa consistente, ciertas reflexiones que te recrudecen el alma, como la citada por la mayoría de medios (igual sale en la nota de prensa, tiene toda la pinta): El futuro te mata así: por exceso de imaginación, o por agotamiento. Y un desolador panorama generacional que te quita, como decía, las ganas de salir de fiesta sin saber dónde ni con quién vas a estar. El único pero que encuentro, por ponerme un poco rancio, es el uso del término rave. Como sabemos, una rave suele definirse por (y cito a Google): una fiesta en un sitio ilegal y clandestino. La fiesta a la que van las chicas tiene hasta seguridad profesional, y es en una playa y el tipo de público apunta más a Magaluf que a otra cosa. Ojalá estas chicas hubiesen encontrado una rave idílica de verdad, llena de techneros y gente que cuida y ama tanto a los demás como a la música. A veces todavía existen estos lugares, aunque a los veinte años no siempre tienes la experiencia para dar con ellos —y hablo por mí—. Además, como bien transmite el libro, ni en un lugar así estás a salvo de las pulsiones y los descontroles que tiene la gente con las sustancias y la falta de filtro. Así que mejor no idealicemos, para nada, las raves.
Mejor dejemos a Marina L. Riudoms escribir su siguiente novela, que algo me dice que también será turbia, cruda y sagaz. Y brindo por ello. Qué digo, bailo por ello, con o sin fiesta.