¿Y de qué nos conocemos?
De cuándo conocer gente pasa más por el contexto que no por la randomidad de una app.
Conocer gente es uno de los mayores deportes que la humanidad lleva practicando desde hace milenios. Como dice Harari en Sapiens, la capacidad de cooperar nos ha llevado hasta ahora, con todo lo bueno y todo lo catastrófico. Conocer gente, peñita buena, es, a día de hoy, un deporte que la tecnología ha exponenciado soberamente. Y cuando hablo de gente no hablo, precisamente, de ligar, sino de cruces que generan buen flow por ambas partes (o más people involved). De ahí la importancia de mantener los tejidos de lo que te gusta en buena forma, precisamente para no depender de las apps random. Porque hay dos tipos de conocimiento que empieza en lo digital, y me he acabado decantando por el que proviene de las afinidades. Nos conocemos porque nos gusta lo que compartimos, ya sea música o la escritura. Eso es bello y digno. La otra opción, exponerse a lo random, buf, es harina de otro costal. Lo he intentado, por probar, y la sensación de frustre ha sido épica. ¿Acaso tienes que pasarte la mayor parte del rato de la conversación intentando empatizar con alguien a través de una pantalla que no sabes ni siquiera si le apetece conectar?
Todos nos hemos planteado el uso de apps random y no deja de asombrarme esa buena gente que incluso encuentra ahí a su pareja estable. Pero, joder, para hacerlo, hay que generar mucho contexto digital y eso, cuando llevas ya una vida haciéndolo de forma natural y por afinidades, da mucha pereza hacerlo cada vez. En otras palabras: cómo mola conocer a gente nueva que de un modo u otro comparte afinidades musicales o literarias y qué poco divertido es entrar en el juego de los algoritmos y los matches para, una vez haber sido “aceptado” como “sujeto posiblemente compatible”, tener que demostrarlo a través de horas de sendas conversaciones extenuantes y medio funny medio dark.
Y, luego, cómo no, fuera de lo digital existe la frontera de lo real, que puede cruzarse en cualquier momento y bajo cualquier circunstancia, si uno está especialmente inspirado y abierto ante lo nuevo. Y eso, introvertidos a parte —que, por cierto, pueden funcionar genial por afinidades—, es cuestión de tiempo, pocas expectativas y creer de forma un poco naïf pero firme en que de la casualidad nacen cosas que trascienden la necesidad para crear un contexto previo.
Por ejemplo, los fumadores lo tienen muy under control. Reconozco haber conocido a gente muy interesante intercambiando filtros, papeles o un poco de tabaco. Esa socialización nicotinera es un pretexto real y sencillo para ir sumando peñita buena a tu vida. Oh yes. A pesar de haber intentado dejar el tabaco varias veces, y ahora que llevo un año fuera de cualquier otra sustancia danger (read this), sigue acompañándome, igual que al autor de Elogio de la pereza mientras escribía el libro. El mundo vaper es otra maravilla a la que me he sumado… ¿Quién sabe cuantos vapeadores de pro acechan a la espera por compartir conversaciones under the smoke?